Vengo
desde ninguna parte, voy hacia ningún sitio, no soy nada, me siento
perdida en este mundo roto, lleno de inseguridades y peligros. Como
mi cabeza, mi corazón está quemado, y todo el humo que se forma me
ahoga. Me duele la cabeza y no puedo pensar, solo puedo gritar un
“socorro” que nadie oye, veo, pero en realidad estoy ciega, soy
demasiado ingenua para darme cuenta de lo que me pasa. No hay salida,
poco a poco me voy consumiendo, aunque nadie se de cuenta. Mi
menguación nunca parará, hasta no quedar nada. Todo da vueltas a mi
alrededor, sin comprender nada. Hablar me cuesta cada vez más,
aislarme es más comodo, encerrarme en mí misma, no salir nunca.
Vivir con los ojos cerrados, pues el mundo está lleno de acusaciones
injustas, que no merecen ser escuchadas. Alguien habla a mi lado, y a
mi me parece que está a kilómetros de distancia. Camino, pero las
piernas me flojean, cada vez estoy peor. Nadie puede salvarme de este
dolor que se ha apoderado de mí. La música me molesta, las palabras
me torturan, los gestos me incomodan. ¿No hay nada que me haga
sentir bien? Cierro los ojos, pero esa oscuridad me rodea, me
encarcela, me obliga a abrirlos de nuevo. ¿Significa eso que hay
otra oportunidad? La vida es un escenario, donde continúamente se
actúa, donde todos engañan. La invisibilidad cada vez es más
corriente en todos los que me rodean. No los veo, ni ellos a mí. El
viento que me azota la cara, ya hasta me parece artificial. Miro a la
gente de la calle cuando sonríe, celosa de su felicidad, de que yo
no pueda ver el mundo con la misma conclusión que ellos. Sentirse
tan diferente hace
que te encuentres sola, exactamente como
estoy yo. Los ojos se me van vaciando cada vez más, una niebla los
cubre. No intento expresarle esto a nadie, la última vez que lo
intenté me dijeron: “¡Solo ves lo que te da la gana!” No es
verdad. Veo la realidad, que nadie es capaz de identificar. Los
sentimientos ya no se notan en mí, ya que no sonrío porque no estoy
alegre, no lloro porque no estoy triste, simplemente me mantengo
seria porque estoy vacía. Suspiro cuando llego a casa, quizá es la
única muestra de vida que se nota en mí. La gente destroza mis
sueños, los aplasta y los distorsiona. Cuando medito, una afición
común en mí después de encontrame sola, los recuerdos me vienen a
la cabeza como una avalancha de pesadillas, aún sin soñar, aún sin
sufrir, ahora tengo miedo de dormir, porque sé que algún día me
atacarán, me encerrarán y ya no podré escapar. ¿Qué he hecho? He
dejado influenciarme, he dejado que los demás me moldeen, hagan la
figura de mí misma que ellos quieren. ¿Por qué? No lo sé. Cada
vez que paso junto a la Iglesia, pido piedad, porque esto me mata.
Intento correr, pero me persigue. Es inútil, hay una puerta, donde
no debería haber entrado a explorar, porque de esta pesadilla no hay
salida. Como, pero sin ganas, sólo por no causarme más daño del
que ya está perforando en mí. Nada me sabe a nada, el mundo ha
perdido su color para mí, y no tengo finalidad en esta cruel vida,
sólo puedo ver un futuro negro, con sombras que se abalanzan sobre
mí y me torturan. Las visiones que poseo me dan esa pizca de fuerza,
esperanza, lo único que me ayuda a estar todavía aquí. Ya no oigo
a los demás, pues sus palabras ya no importan, no las entiendo, sólo
entiendo un idioma que he ido creando sin darme cuenta, uno que hablo
exclusivamente sólo yo. Ya no hay un yo, sino un “nadie” pues no
existo, soy fantasma, he perdido, no sólo existen las guerras en el
exterior, sino también dentro de uno mismo. Ninguna es buena, cuando
el silencio me rodea, sólo miro a mis lados, pues el miedo se ha ido
acumulando en mí, tengo la certeza de que alguien me espía, de que
alguien está haciendo que yo sufra de esta manera, de la peor
manera. Pero, juro, que cuando encuentre a ese alguien, comenzará un
nuevo “yo”, uno alegre, con meta y soñador, pero ahora no estoy
preparada. La infelicidad recorre cada rincón de mi mente y de la
maldición, la cura sólo viene de donde procede.